Alzheimer:
Preguntas frecuentes

La demencia y la enfermedad de Alzheimer

No existe una respuesta única. En función del diagnóstico, el tipo de enfermedad y otros factores como la edad, el estado general de salud, las enfermedades intercurrentes… la evolución de la demencia variará en función de cada caso particular.

La persona con demencia va a sufrir un progresivo deterioro de sus capacidades lo que va a alterar su capacidad de decisión e impedirá manejar o controlar sus asuntos económicos, financieros o legales.

Es por ello que es necesario que la familia, desde el mismo momento del diagnóstico, reflexione sobre este punto e intente solucionarlo, mientras la persona con demencia preserve su capacidad de decisión. En este sentido es aconsejable consultar con un abogado o notario, quien podrá asesorarle correctamente de acuerdo a su situación y necesidades.

No debería conducir. Se ha demostrado que la presencia de deterioro cognitivo aumenta el riesgo de sufrir un accidente, puesto que una conducción segura requiere la integridad de las funciones cognitivas, tales como la atención, la planificación, el reconocimiento visual y la capacidad visoespacial.

También se ha comprobado que la progresión de enfermedades neurodegenerativas, tales como la enfermedad de Alzheimer, disminuyen la capacidad de detección de colisiones inminentes, como resultado de la disminución combinada de las capacidades cognitivas y visuales de estas personas.

Le recomiendo iniciar cuanto antes el uso diario de la agenda. Si adquiere la rutina de llevar su agenda, anotar todo lo que tiene que hacer y consultarla frecuentemente cada día, conseguirá mantener mejor su autonomía.

No, actualmente no existe ningún estudio basado en la evidencia científica que demuestre la eficacia terapéutica de las consolas o videojuegos en las personas con la enfermedad de Alzheimer.

Existe, sin embargo, un sistema interactivo y multimedia, Smartbrain® especialmente diseñado para la estimulación de las capacidades cognitivas, que ha demostrado una eficacia terapéutica efectiva al potenciar los efectos del tratamiento farmacológico.

Sí, son herramientas útiles para mejorar las capacidades atencionales, de razonamiento, cálculo... Son formas de estimular las funciones cognitivas divirtiéndose.

La alteración de la memoria puede mejorar mediante un refuerzo y estimulación cognitivos durante las fases de aprendizaje y recuperación de la información.

Estudios recientes sugieren un claro efecto beneficioso de los programas de estimulación cognitiva sobre las funciones neuropsicológicas en el tratamiento de la enfermedad de Alzheimer, permitiendo enlentecer la progresión de la enfermedad.

Así, con el objetivo de obtener el máximo beneficio terapéutico en pacientes con Alzheimer en fase leve a moderada, se recomienda el uso combinado de programas de estimulación cognitiva con el tratamiento farmacológico.

No todos los pacientes con enfermedad de Alzheimer desarrollan agresividad, aunque sí se vuelven algo más irritables y apáticos y, como consecuencia, menos tolerantes y más rígidos. Algunos debutan con depresión ante la conciencia de la pérdida de memoria, lo que hace retrasar el diagnóstico en la mayoría de los casos. El manejo de la agresividad va a depender de algunos factores como:

– El carácter previo: si se trata de una persona poco tolerante ante la frustración, dominante o manipuladora en su etapa adulta, por ejemplo, estos síntomas se agudizarán con la enfermedad de Alzheimer y serán más difíciles de reconducir. Ante un reproche o insinuación por parte del cuidador puede reaccionar de manera agresiva, habitualmente de forma verbal y ocasionalmente a nivel físico.

– Poca comprensión del problema por parte del entorno familiar, que intenta hacer razonar situaciones que no comprende a la persona con demencia. Además, la situación se agrava si hay una difícil relación previa.

– Instauración de un proceso psicótico (delirios y alucinaciones) asociado a la enfermedad de Alzheimer. Es entonces cuando habrá que introducir tratamiento específico dado que la situación genera angustia, tanto en el paciente (que lo vive de forma real) como en la familia, que no es capaz de reconducirlo.

El Alzheimer presenta una herencia familiar muy baja. Sólo el 1% de las diferentes variedades de Alzheimer son hereditarias y al menos uno de los progenitores y dos o más miembros de la familia en primer grado han de padecerla.

Todos presentaran la misma mutación y el diagnóstico, si se conoce la mutación, se puede realizar incluso antes que aparezcan los síntomas en caso de ser portador de la mutación familiar. Además, la enfermedad se presenta entre los 30 y los 40 años.

No debemos confundir la herencia con la genética. Las mutaciones genéticas hereditarias vienen predeterminadas desde el momento de la concepción. La genética es común y compartida con los miembros familiares. Sólo determinados genes de riesgo son los que van a determinar a lo largo de nuestra vida la aparición o no de Alzheimer.

Estos son los responsables de la mayoría de casos esporádicos. Pero la enfermedad de Alzheimer sí es genética. Es decir, hay genes de riesgo en nuestro ADN que en un momento determinado de la vida y asociados a otros factores ambientales, tóxicos, estilo de vida, etc., pueden determinar  la presentación de la enfermedad , sobre todo a partir de los 65 años.

La enfermedad de Alzheimer siempre es evolutiva. La supervivencia puede variar entre un mínimo de 2 años y un máximo de 20 años desde el diagnóstico, con una media de 10 años a 12 años. La enfermedad, una vez iniciados los primeros síntomas, pasará por tres fases hasta el fallecimiento. No será así en caso de que otra enfermedad o accidente sea antes la causa de la muerte.

En la primera fase (leve) los síntomas se manifiestan en forma de pérdida funcional para las actividades de la vida diaria más elaboradas, las llamadas actividades instrumentales complejas, como las que requieren procesar mentalmente una idea o acción, programarla  y ejecutarla.

Son las tareas que nos permiten desarrollar actividades sociales, laborales, realizar nuevos aprendizajes y desarrollar nuestro intelecto potencial a través de la introspección, la imaginación y las emociones. Se manifiestan a través de la visión abstracta del mundo y la utilización de la lógica formal. Es la etapa de las operaciones formales, se adquiere de los 12 años en adelante y la primera que se pierde cuando la enfermedad empieza a manifestarse.

La segunda fase (moderada) se inicia cuando las capacidades instrumentales más simples de la vida diaria empiezan a desestructurarse, como la compra, la utilización del dinero, el control de la medicación, el mantenimiento de una adecuada higiene o de una dieta adecuada, situaciones que nos permiten la supervivencia y el autocuidado. Se inicia la pérdida de la interacción con el entorno y hay una incapacidad creciente para centrarse en más de un aspecto de un estímulo.

Aparece o empeora el  egocentrismo previo y la capacidad para adaptarse a los cambios de rutina. Es el inicio de la perdida de operaciones concretas, que se ha adquirido de los 7 años a los 12 años.

La tercera fase (grave) se caracteriza por la pérdida progresiva de las capacidades más básicas de la vida diaria (alimentación, higiene y control de esfínteres urinario y fecal).

Los afectados precisan de ayuda para su cuidado básico porque ya no son capaces de hacerlo solos. Han perdido la capacidad para entender la información que perciben sus sentidos y su interacción con el entorno. Son incapaces de manipular los objetos y una vez que el objeto desaparece de su vista no puede entender que todavía existe.

Se desestructura la capacidad sensorio-motora, que se inicia con el nacimiento y dura hasta los 2 años. La pérdida de las capacidades funcionales sigue el orden inverso a como han sido adquiridas y al final sólo queda la memoria emocional, la única que les une a su entorno y con la única que se pueden comunicar, como una sonrisa, un abrazo o un beso, pero sin entender el cuándo, a quién o el porqué.

Va a depender de su estado evolutivo y de la percepción que tenga de su pérdida de memoria. Es habitual en la EA clásica que la pérdida de memoria no les permita recordar los datos recientes.

Al principio, aunque se les diga lo que tiene puede suponerles un trauma. Pero posteriormente olvidan lo relatado y en ocasiones niegan inconscientemente la realidad, porque ellos no se ven mal y dicen: “No sé porque me han traído aquí si a mí no me pasa nada y lo hago todo perfectamente”.

Otra situación es cuando el paciente es consciente de su estado y además presenta un cuadro depresivo importante derivado de ello.

En estos casos es mejor posponer la comunicación del diagnóstico, previo consenso con la familia y explicarles su problema de forma menos traumática (“Tiene un problema de memoria que vamos a tratar de controlar”) y sin nombrar la palabra ‘mágica’ que es lo que les aterroriza, reconduciendo la explicación positivamente.

A medida que la enfermedad evoluciona se pierde la percepción del propio “yo” y desaparece la angustia previa. Puede pasar que aparezcan alteraciones de conducta, como delirios o alucinaciones altamente angustiantes, pero no por la percepción que tiene de la enfermedad sino por los síntomas de la propia enfermedad, que ellos viven de forma muy real. En esas ocasiones sí nos veremos obligados a tratar los síntomas para controlar la ansiedad y el miedo que les provoca.

La enfermedad de Alzheimer (EA) es la demencia senil más frecuente. La demencia es un síndrome que indica pérdida de independencia para el autocuidado y la EA es la demencia que se presenta con más frecuencia en personas mayores de 65 años. Si se presenta antes de los 65 años se denomina demencia presenil por EA.

Aparte de la EA, hay otras demencias que se manifiestan con síntomas diferentes, como la demencia por Cuerpos de Lewy y la demencia frontotemporal (más frecuente en personas jóvenes). Pero todas las demencias requieren supervisión y control por terceras personas. Hay que desterrar el concepto de demencia senil y hablar de demencia por EA.